De cada cien mujeres en edad
de manosearles el coraz贸n sobre un lavabo
treinta huyeron ante la filoxera de mis palabras,
veinte ante la anorexia de mis pir谩mides,
quince por mi carencia de plomada,
doce por mis idiomas discontinuos,
diez por la polilla de mis muertos,
nueve por mi prosa de tristeza
y tres por mi piel de queroseno,
pero de tantos fracasos emergi贸
como un bello delf铆n de juguete
una mujer
que me hace alegrarme de todas
y a todas vuelve perfectas y necesarias:
Desde que ella me besa
ya no me duelen las que no me besaron.
Desde que ella me quiere
ya no me duelen las que no me quisieron.